Un tal Díaz, farol de Talavera,
quiere acallar mi voz y, muy galante,
me acusa amablemente de “inmigrante”.
Y lo explica: tomando por bandera
el muy decano olor de sus pañales,
hace de su infantil cagaduría
honra y precio de talaveranía,
razón, derecho y ley municipales.
Yo, por supuesto, callo y me retiro:
no creo lo bastante maceradas
mis cacas primerizas, ni suspiro
por oler las de Díaz, tan holgadas,
ni es a cagar tan hondo a lo que aspiro,
ni puedo competir con sus cagadas.
©Miguel Argaya