jueves, 17 de marzo de 2011

A MARTÍN, CUYA MUERTE TRAÍA ESPOLETA RETARDADA

Ocurre que los años se han llevado
imperceptiblemente casi toda tu voz
y tu presencia a un campo matorral y barbecho
en el que germinar de agrestes lejanías.

Es como si la muerte tuviera el monopolio
de tu palabra exacta, negándosela al surco;
como si hubieran dado tu apellido a la sangre
para una trascendencia vagarosa,
a la vez hontanar e indefinible.

Claro, que median tardes de soledad y rabia,
turbias capitanías traicionando
a la vuelta de un naipe mesnadas y banderas,
insufribles otoños de desecho
y pesadumbre hollando su derrota,
este exilio creciente y esta patria menguante
con su injusto decir de infamias y salarios.
Años que se han venido diciendo a vida o muerte:
el trabajo, que existe y que no existe
para todos, jornales y jornadas
alquilados a peso por cuenta de la urgencia,
esa orgullosa espera en un progreso
que tan pronto desbroza de vida el paraíso
como alza su sangriento y amniótico holocausto;
el miedo, que raciona su propia sinecura
y urde así un conformismo doblemente capón
con el que desandar, en fin, la rebeldía.

Ocurre, pues, que el tiempo ha terminado
por anegar tu sombra y enterrar tu recuerdo
en esta cripta ciénaga que vigilan a medias
la edad y el desengaño.
                                       Pero ocurre también
que, con igual derrota, con igual pesadumbre,
con los mismos jornales y las mismas infamias,
viene la noche a verme y te nombra de nuevo.

Lo cierto es que la noche dice tu nombre a gritos;
que te lleva imparable, como al dolor la vida,
a través de este viejo río, tinto y undoso,
de la memoria.
              Y es cierto también que a veces,
siquiera con algunos infiernos de retraso,
aunque también quizá de un modo más concreto,
menos abocetado y menos frágil,
pronuncia tu intención y suena igual que entonces.

Será que el tiempo no es del todo omnívoro,
o que sufre de digestiones largas;
o que tiene, tal vez, demasiadas ranuras
abiertas a la noche y rezumando
la verdad y el misterio de tu razón antigua.

(De Pregón de trascendencias, 2001)

©Miguel Argaya