domingo, 27 de marzo de 2011

A MARCELO ARROITA-JÁUREGUI, QUE ME ENSEÑA A VER CIUDADES DONDE PARECE QUE SÓLO HAY VERSOS

¡Quién, como tú, poblara de tal modo la música
y el tiempo! ¡Quién pudiera fundar así la noche,
llenar la soledad con calles que florecen
de madrugada, aceras, tabernas y jardines,
con besos que se escapan y traducen el beso
que quizá no se dio, pero pudo soñarse!
¡Quién, como tú, supiera decir así la vida!:
gente que pasa, niños, viejas loteras, novios
abrazados al día, un joven aterido
que se fumó las clases para escribir poemas,
y se le hizo la víspera, y no encontró su casa,
y viene de pasar la noche al raso,
pícaros, barrenderos, locos, afiladores,
mujeres de reventa, una muchacha
con libros y esperanzas, aguardando
un coche que no viene, que tal vez llegue luego,
obreros que devanan la vida y el sustento al calor
de una fogata, perros, el ruido de un motor
lejano que se acerca. La ciudad,
que se llena de voces y de historias,
como una certidumbre. Amigos que se fueron,
que sin embargo siguen habitando tus plazas,
llenando tus tabernas, poblando tus esquinas,
demostrando que aún amanecen ciudades
donde parece haber sólo poemas.

(De Pregón de trascendencias, 2001)

©Miguel Argaya

viernes, 18 de marzo de 2011

PULVIS ET UMBRA

No es la primera vez. La despreocupación pagana de Dionisos ya se nos ha muerto antes muchas veces. Demasiadas. Tantas como la hemos dejado entronizarse y gobernar sin límites. Hoy la cubren incontables epitafios con nombre de tragedia. Y no hablo sólo de Fukushima. Hablo de la verdad implacable que bulle en el extremo último de la vida. Ésa que el devoto de Dionisos hace por olvidar, en la esperanza infantil -e improbable- de que ella también lo olvide a él.

jueves, 17 de marzo de 2011

A MARTÍN, CUYA MUERTE TRAÍA ESPOLETA RETARDADA

Ocurre que los años se han llevado
imperceptiblemente casi toda tu voz
y tu presencia a un campo matorral y barbecho
en el que germinar de agrestes lejanías.

Es como si la muerte tuviera el monopolio
de tu palabra exacta, negándosela al surco;
como si hubieran dado tu apellido a la sangre
para una trascendencia vagarosa,
a la vez hontanar e indefinible.

Claro, que median tardes de soledad y rabia,
turbias capitanías traicionando
a la vuelta de un naipe mesnadas y banderas,
insufribles otoños de desecho
y pesadumbre hollando su derrota,
este exilio creciente y esta patria menguante
con su injusto decir de infamias y salarios.
Años que se han venido diciendo a vida o muerte:
el trabajo, que existe y que no existe
para todos, jornales y jornadas
alquilados a peso por cuenta de la urgencia,
esa orgullosa espera en un progreso
que tan pronto desbroza de vida el paraíso
como alza su sangriento y amniótico holocausto;
el miedo, que raciona su propia sinecura
y urde así un conformismo doblemente capón
con el que desandar, en fin, la rebeldía.

Ocurre, pues, que el tiempo ha terminado
por anegar tu sombra y enterrar tu recuerdo
en esta cripta ciénaga que vigilan a medias
la edad y el desengaño.
                                       Pero ocurre también
que, con igual derrota, con igual pesadumbre,
con los mismos jornales y las mismas infamias,
viene la noche a verme y te nombra de nuevo.

Lo cierto es que la noche dice tu nombre a gritos;
que te lleva imparable, como al dolor la vida,
a través de este viejo río, tinto y undoso,
de la memoria.
              Y es cierto también que a veces,
siquiera con algunos infiernos de retraso,
aunque también quizá de un modo más concreto,
menos abocetado y menos frágil,
pronuncia tu intención y suena igual que entonces.

Será que el tiempo no es del todo omnívoro,
o que sufre de digestiones largas;
o que tiene, tal vez, demasiadas ranuras
abiertas a la noche y rezumando
la verdad y el misterio de tu razón antigua.

(De Pregón de trascendencias, 2001)

©Miguel Argaya

martes, 15 de marzo de 2011

LAS ESTRELLAS DE DANTE

Vuelvo de vez en vez a Dante. No tanto a Vita nuova como a La Divina Comedia. Me es imprescindible. Hoy me quedo con sus estrellas: las que cierran el infierno ("e quindi uscimmo a riveder le stelle"), las que concluyen el purgatorio ("puro e disposto a salir alle stelle") y las que culminan el paraíso y el propio libro ("l'amor che move il sole e l'altre stelle").

domingo, 13 de marzo de 2011

UN BESO

Ya sabes que el amor, amor, no existe,
que es sólo una palabra dicha a ciegas.
Ya sabes que los besos que me diste
fueron, mi amor, mentira, que me niegas
si me nombras, que el medio es el mensaje,
y que yo no te quiero, pues al cabo
yo no soy más que un uso del lenguaje;
que es mi moral una moral de esclavo
si para mí quererte es darme todo.
Así que, amor, ni tú ni yo existimos,
ni existe nuestro amor ni, de igual modo,
existen estas vidas que encendimos.
(Al menos, eso dicen tantos sabios
que ignoran la certeza de tus labios)

©Miguel Argaya

DE LA SUPUESTA SOLEDAD DEL LECTOR

Dicen que yo no estoy aquí; que he dejado de estarlo desde el momento en que le he dado al botón de "publicar entrada"; que ahora el único que está eres tú. A mí me parece en cambio que a ti no te interesa estar solo en esta página, que lo que vienes buscando es compañía, y que sabes bien que aquí hay interlocutor. Dudo mucho de que existiera la literatura si todos los lectores creyesen de veras que detrás de lo que leen no hay un ser real, de carne y hueso, que les interpela.

viernes, 11 de marzo de 2011

AL FINAL DEL DÍA

El pequeño pedazo de espejo le devuelve su propio reflejo inmóvil, sentado en un banco como él mismo, mirando hacia arriba igual que él hacia abajo. Permanece tremendamente callado, frío. Se ha separado de él sin siquiera despedirse. Solemnemente, lo cubre con un puñado de barro. Después se levanta y se va. Días más tarde, su hermana le dice que las imágenes no mueren.

miércoles, 9 de marzo de 2011

DE UN VENDEDOR DE LÁMPARAS AFICIONADO A LAS LETRAS, QUE ME ACUSA DE INMIGRANTE POR NO HABER CAGADO EN ESTA PLAZA CUANDO NIÑO

Un tal Díaz, farol de Talavera,
quiere acallar mi voz y, muy galante,
me acusa amablemente de “inmigrante”.
Y lo explica: tomando por bandera
el muy decano olor de sus pañales,
hace de su infantil cagaduría
honra y precio de talaveranía,
razón, derecho y ley municipales.
Yo, por supuesto, callo y me retiro:
no creo lo bastante maceradas
mis cacas primerizas, ni suspiro
por oler las de Díaz, tan holgadas,
ni es a cagar tan hondo a lo que aspiro,
ni puedo competir con sus cagadas.

©Miguel Argaya

martes, 8 de marzo de 2011

                                      I
Yo he visto un tiempo extraño en el recuento
de cada madrugada. Puedo hablar
de que el día se nace con albadas
de misterio porque he visto su nombre
cuando se me ha forzado el apellido.
Lo he visto reflejarse en mi mentira
siempre que me ha insistido la ceguera
al pie del desengaño, pero también he visto
su luz indefinible. Poco importa, por eso,
la inconsistencia burda del espejismo. ¿Acaso,
en su morir de tenues cercanías, no cuaja
una presencia real, adscrita al horizonte?



                                     II
Yo he rozado el crecer de los amaneceres,
y sé que tiene restos orgullosos de barro
y soledad. Con la delectación de un ciego,
he palpado la superficie áspera
que decide su afán y su cautela,
y he comprobado el tacto de sus llagas,
tacto de sed que dice poseer
la certeza inmediata de los siglos.
Pero, en su imprecisión, mis dedos han hollado
también su solidez; igual que el tibio y leve beso
de la luz, cuando el día se recoge, demuestra
la certeza del sol ardiendo en su distancia.



                                     III
Yo he podido percibir, en su vértigo, el ritmo
menguante de los días. ¡Cuántas veces
he escuchado, infinitas, sus razones
en el tímpano sórdido del miedo
y de la angustia, el ruido desbocado
de oscuras torrenteras, o el rumor de la lluvia
golpeando la vida con su anhelo insistente!
Aunque también la tímida presencia del silencio
entre un sonido y otro, entre una y otra piedra.
Aquella voz exacta y maternal que decide
la cadencia del eco, dispuesta a eternizarse
por más que se lo impida la montaña.



                                     IV
Yo he probado ese amargo territorio de siglos
de que hablan los escombros y la muerte
cuando recorro su hambre despiadada
con mi lengua. A menudo, demasiado a menudo,
he percibido el ácido hondón de su sabor
leñoso, su intención decidida y explícita
de eludir, al final, el desengaño;
y, aun con tal acritud, no he dejado jamás
de hallar en él también una impaciencia nueva.
Como el regusto -extrañamente dulce
y fugaz a la vez- de la sangre pronuncia
la prístina certeza de la vida.



                                     V
Yo he conocido el envolvente aroma
del fuego y el delirio, y me he dejado amar,
y poseer a veces -como tantos-,
por su intención oscura. Inconfundible
ese rastro de olor a sal quemada
y a sótano si triunfa la rutina
sobre la noche célibe; ese olor injurioso
que cuajan la distancia y el olvido,
el miedo y la desidia. Y, sin embargo,
desde su misma angustia, me parece
sentir también la fresca redención de su anuncio.   
¿O no puedes oler el mar en la distancia?

(De Pregón de trascendencias, 2001)

©Miguel Argaya

CINCO DÍAS EN EL POZO

Vuelve el viajero tras cinco días en el pozo. Regresa exhausto, pero también renovado. Sabe que durante esos cinco días, durante esas cinco vidas, el Omarambo fue el Erebo. Y sabe que ha sobrevivido. Mira el bagaje que le queda, escaso, casi inexistente, y se sonríe. Algo ha ganado: acaso la póxima vez sea su caída menos grávida y profunda. 

viernes, 4 de marzo de 2011

A MI MADRE, QUE DICE HABER PERDIDO EL PASADO (22 de julio de 1995)

Me desperté a las seis, sobresaltado,
herido por la ciega caliza de las horas.
Como el silencio si le roza el sueño
tiene a veces aquel reflejo grave
y denso de la sangre contenida, supuse
que era así como habría de alzarse la mañana;
pero luego, el teléfono: tu voz,
tu soledad, diciendo haber perdido
con su mudez antigua las últimas glorietas
del pasado. Que acaso con su muerte,
incierta ya la sangre que te urgía a la espalda,
se disipaba en dudas,
todo ese pan de  niebla y de cármenes grises
con que la vida avisa de sus imprecisiones.
Que uno se aferra al tiempo por el asa más débil
y luego se da cuenta de que el tiempo no espera;
de que, con su impaciencia, nos sobrepasa siempre.

No supe qué decirte; creí por un instante,
no poder compartir contigo esa voraz
desolación de ausencias que te infernaba el alma.
¿Cómo iba yo a entender tu orfandad y tu vértigo?
Luego hablé de los días, de su silencio añoso
cuando vienen urgentes; de que acaso
fuera verdad su insuficiencia estéril
en el rígido agosto de las horas.
Pero vino también, sigilente, el recuerdo:
algunas tardes viejas compartidas por ambos
como un rumor, que habían conseguido
dejar de ser pasado para hacerse palabra
en la memoria. Entonces, palpando con tibieza
la torpe concreción de su imposible,
reconocí su verdadera anchura:
esa emoción frutal que antecede al lenguaje.
Y así, voraz y grávida, terminó  por hacérsenos
a ti y a mí la misma soledad
en ese ingente hueco seminal de los siglos;
la soledad encinta, en fin, y recordando
que, en su mudez exacta y en su estricto imposible,
esa mujer que hablaba del mar y de la noche
tras una inaprehensible gramática de olvidos
era de asombro y de silencio, y eso
la hacía estar detrás de todas las mañanas.

Incluso de ésta, que se había alzado
como un dulce escozor de muerte y de vigilia.

(De Pregón de trascendencias, 2001)

©Miguel Argaya

EL CENAGAL

Día cuatro. El mundo se revuelve en su cenagal de petróleo y sangre con miles de muertos como aliño. Hace unos pocos segundos, acaban de asesinar a una mujer cuando aún descansaba -feliz y confiada- en el vientre de su madre. Alguien, ahora, está vendiendo en almoneda su orgullo y su jornada. Un niño se hace viejo de golpe a manos de un adulto. Mientras la razón absoluta y la sinrazón se disputan los despojos de la razón razonable, el superhombre de Nietzsche, más allá del bien y del mal, rompe y desordena despreocupadamente los juguetes de todos.

jueves, 3 de marzo de 2011

ESTE MARZO

Poco a poco, este marzo se va pronunciando hacia la primavera. Alguna vez amaga, como queriendo hallarla antes de tiempo, pero enseguida rectifica y vuelve a su razón telúrica. La misma que dispone el ritmo de los días; la que confirma, en fin, que existe el Orden.

miércoles, 2 de marzo de 2011

UN EMPLEADO A SU JEFE, QUE DIOS CONFUNDA

Que eres amo cerril, bledo y arlote
no lo duda ni el perro de la puerta.
Que no es tu inteligencia muy despierta
lo sabe hasta la sombra del capote.

Que eres tonto de baba, te diría,
si se me diera hablarte diez minutos;
te llamaría bruto entre los brutos
y no sé qué otras cosas más haría.

Me paso por el sur de lo sudado
esa “auctoritas” con olor a atrezo
y esa pose de “la pernada es mía”.

(Todo esto pienso. Y luego de pensado,
me digo que mejor callar, y rezo
para que no te dé por leer poesía)

©Miguel Argaya

LIBERAD A APOLO

El reciente colapso de la fiebre del oro ha dejado en cada cual una fría pátina de decepción; pero ésta no logra encubrir del todo la verdad: la de que si el charco finalmente se serena, volveremos a la fiesta, a tirar de planeta sin tasa ni medida, con el mismo escrúpulo -o falta de él- que hasta ayer. Mucho me temo que cuando el cíclope neurótico de Röcken proclamó el superhombre, la suerte quedó echada. Desde entonces, el culto a Dionisos sigue teniéndonos embelecados, adormecidos entre tanta bambalina y tanta lentejuela. Yo, sin embargo, no me rindo. Reclamo desde aquí una partida para liberar a Apolo de su exilio.

martes, 1 de marzo de 2011

A JULIETA, QUE ME DICE QUE ES DE NOCHE, Y LO ES

Me dices que es de noche, aunque la luz
deletrea sus párrafos urgentes levantando
la mañana. Y es cierto que es de noche. No importa
que el día se estremezca, recentísimo
como el siglo, al frescor de la rutina.
Es de noche si cabe todo el amor, desnudo
de apariencias y libre de alharacas,
dentro de su misterio. Y cabe,
vaya si cabe. Al menos a nosotros
nos ha cabido siempre que lo hemos invocado,
incluso cuando el tiempo decidía la urgencia
volviendo cada vez a pronunciar su torva
dictadura de ruidos. A veces se nos hace
tanta noche detrás que hasta podemos
convencernos de haber llegado a ser
sus únicos e irrepetibles inquilinos
con sólo haber negado la solidez del día.

Sé que hay mañanas nuevas que revocan la noche
alzando madrugadas sobre el sueño,
y que allí nuevamente viene a enfriarse en lunes
el amor, como un ciego azar de pretensiones
a la deriva. El tiempo y sus dibujos
devuelven cada beso a su impostura
y hacen de la conciencia y del alma una prisa
amarga. Pero sé también que luego,
con plenitud morosa, sólo con invocar
su nombre en el ambón de los abrazos,
podemos regresar a ese impreciso
reconstruir la noche soñando sus ruinas
hasta verla otra vez caer al pronunciarse
la nueva madrugada. Y así con un continuo
saberse en la derrota, como una soledad
que fuera a hacerse amor en el ocaso
y soledad de nuevo al renacer el día.
Ahora sé que amar es sobre todo
no tan sólo vivir la noche hasta apurarla,
sino más bien hacer de cada nuevo instante
un camino torcaz hacia la noche,
escribir el amor con inconsciencias viejas,
derramarlo a la par que los días fundentes,
hacer de estos amagos y estas horas
un cielo peligroso en que ahormar la vida.

De hecho, no han pasado más años sobre ti
que los que te han llenado el alma de abundancia,
y aun mucho de ella acaso rebosando en la fiebre
intensa, desmedida, de la maternidad.

Dime si cabe más amor -ni más misterio-
a este lado del río que anuncia el paraíso.

(De Pregón de trascendencias, 2001)

©Miguel Argaya

1 DE MARZO

La luz de esta mañana era más tenue que la de ayer. También más tibia, cayendo de rondón sobre los heridos sillares de la muralla. La calle rompía a hervir, como un enjambre. "¡Cuánta verdad -pensé-, dormida en la mentira cotidiana!"