miércoles, 2 de marzo de 2011

UN EMPLEADO A SU JEFE, QUE DIOS CONFUNDA

Que eres amo cerril, bledo y arlote
no lo duda ni el perro de la puerta.
Que no es tu inteligencia muy despierta
lo sabe hasta la sombra del capote.

Que eres tonto de baba, te diría,
si se me diera hablarte diez minutos;
te llamaría bruto entre los brutos
y no sé qué otras cosas más haría.

Me paso por el sur de lo sudado
esa “auctoritas” con olor a atrezo
y esa pose de “la pernada es mía”.

(Todo esto pienso. Y luego de pensado,
me digo que mejor callar, y rezo
para que no te dé por leer poesía)

©Miguel Argaya

LIBERAD A APOLO

El reciente colapso de la fiebre del oro ha dejado en cada cual una fría pátina de decepción; pero ésta no logra encubrir del todo la verdad: la de que si el charco finalmente se serena, volveremos a la fiesta, a tirar de planeta sin tasa ni medida, con el mismo escrúpulo -o falta de él- que hasta ayer. Mucho me temo que cuando el cíclope neurótico de Röcken proclamó el superhombre, la suerte quedó echada. Desde entonces, el culto a Dionisos sigue teniéndonos embelecados, adormecidos entre tanta bambalina y tanta lentejuela. Yo, sin embargo, no me rindo. Reclamo desde aquí una partida para liberar a Apolo de su exilio.