martes, 8 de julio de 2014


UNO

  

Presentí que debajo de la leve colina,
en el eco fugaz de un conticinio,
surgirían las piezas, los vestigios, las cráteras
desmedradas.
 

Presumía su cuerpo
condenado al exergo de una ceca:
un reflejo irisado de piedra opalescente
emergiendo de restos como signos
mucho tiempo olvidados entre kilos de historia.
 

Los indicios la hacían residir en la tierra,
en el campo profundo de los ecos
y las sombras,
y avanzaba en mis páginas
dando luz a la incierta presunción del hallazgo.

 
Fue preciso forzarla:
   sus contornos
se ahogaban a espasmos bajo tierra.
 
 
          ©Miguel Argaya
 
(De Elementos para un análisis específico de los poblamientos indígenas)
 
 
 

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