lunes, 14 de julio de 2014


ROMANCE DE LA JURA DE SANTA RUFINA
 
 
En el bar Santa Rufina
del polígono de Alpuente,
allí canta las cuarenta
Paco Pérez a su jefe.
Las voces eran tan altas
que a todo el mundo estremecen:

-“Rumanos róbente, Alfonso,
rumanos, que no clientes;
de Transilvania venidos,
que no españoles decentes.
Róbente la maquinaria,
llévensete cuanto tienes,
atráquente a mano armada
cuando a tu casa regreses,
llévensete todo el cobre,
vacíen tus almacenes
y dejen secas tus arcas
y hasta tu cuenta corriente
si no dijeres verdad
de lo que dice la gente:
que si tuviste que ver
con lo de Pepe Cifuentes”.

Ya jura y rejura Alfonso
que el caso no le concierne,
cuando al acabar la jura
con gran rabia se revuelve:
-“Muy mal me conjuras, Paco,
y muy soberbiosamente.
Pero la vida da vueltas
y lo que va, luego viene.
Hoy eres tú quien me humilla,
ya me pedirás un puente”.

Allí le responde Paco,
esto le dice a su jefe:
-“Por un puente más o menos
no necesito venderme,
que soy fresador de raza
y la ugeté me defiende.
Guárdate tu puente, Alfonso,
allí donde te cupiere”.

Contesta entonces Alfonso,
dice a Paco de esta suerte:
-“Mucho me admira tu arrojo,
pues que a afrentarme te atreves.
Aquí tienes a Jenaro,
hombre cabal y decente,
que del comité de empresa
es miembro y es presidente;
que escuche bien lo que digo
para que constancia quede”

Jenaro baja la vista;
Paco sabe a qué se debe;
Alfonso mira y sonríe
con la sorna de quien vence.
No se arredra en esto Paco,
que es de natural valiente,
y como los toros bravos
ante el castigo se crece.
-“No me haces temblar, Alfonso,
no me haces temblar, no puedes.
Que soy fresador de raza
con siete trienios, siete”.

Enfurecido se ha Alfonso,
de esta manera acomete:
-“¡Vete de mi vista, Paco,
estás despedido, vete,
no vuelvas más por aquí
por más que el hambre te apriete!
¡Vete, que el paro te espera,
y que el paro te alimente!”.

-“Pláceme, responde Paco,
pláceme -dice insolente-,
por ser la primera vez
que me echa un delincuente”.

Ya se parte Paco Pérez
sin dar la mano a su jefe.
Lleva la mirada firme,
el andar recto y alegre,
la cabeza lleva erguida
como encajada en un brete,
solo teme a la Milagros,
qué le dirá cuando llegue.


©Miguel Argaya







 
 
 

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